Por Jesús Peón

Puede parecer que los jóvenes de hoy, no quieren saber nada de Dios, pero no es así. Ellos quieren conocer a Dios, sin que se nombre mucho a Dios.

A los jóvenes les gusta saber que si tienen un defecto, tienen diez virtudes. Que deben aprender a aceptarse a sí mismos tal como son, con sus cosas desagradables y sus problemas, tanto físicos como de personalidad. Quieren creer que su entorno puede ser diferente y que cambiarlo depende de ellos, porque, lo mismo que se han aceptado y perdonado a sí mismos, deben aprender a aceptar al otro, el del día a día, tal como es. Le gusta saber que en sus manos está el poder cambiar el mal en bien y viceversa y que todo depende de los sentimientos que vayan generando en su corazón. Les agrada saber que la valentía está en perdonar y no ser perdonados y que hay que perdonar gratuitamente, porque lo que se recibe gratis, deben darlo del mismo modo.

Ellos son capaces de buscar al despreciado de la clase, para dedicarle unas palabras o tratar de acercarse y conocer las causas de su comportamiento. Su nobleza no tiene límites porque en los jóvenes hay mucha humildad y tratan de llegar al otro, no imponiendo sino ofreciendo un vaso de esperanza.

Ellos desean sentir que son capaces de todo ello con solo desearlo. Con solo cambiar una manera de pensar. Con solo tratar día a día de generar sentimientos de amor hacia el otro.

Ellos tienen que ver que los que les hablan de esta forma de vida, no son unos charlatanes que tratan de imponer algo, sino que lo hacen como testigos que ofrecen una forma de vida mejor.

¿Díganme: de qué estoy hablando? ¿No es acaso de Amor? ¿No son estos sentimientos los sentimientos del mismo Jesús, el hijo de Dios que nos dijo que ese Dios era y se llamaba Padre? Mi querido Papa. ¿No estoy hablando Dios?